POR LA ALCALDESA SILVIA QUIROGA DE CUELLAR.
Con el objeto de aprovechar los breves días de descanso de medio año, resolvimos hacer una excursión a la famosa Cueva de los Guácharos, una de las bellezas naturales de Colombia. Integramos la comitiva, el padre Teófilo Motta, don Jesús Motta, los estudiantes Ernesto Motta Vargas, Franco Vargas Motta, don Bernardo Betancourt y el que esto escribe. (Gilberto Vargas Motta)
Una vez hechos los preparativos de rigor, "fiambre", frazadas y armas, emprendimos la marcha hacia el floreciente corregimiento de San Adolfo.
Iniciamos el viaje, pletóricos de contento, por entre fincas cubiertas de excelentes pastizales; nos hallábamos en el reino del trabajo dignificador. Bordeando el río Riecito de pura linfa, llegamos después de hora y media del viaje a la casa de doña Rosa María de Achury, donde fuimos obsequiados con leche en abundancia. Tras este refrigerio continuamos el camino; al cabo de media hora penetramos en la montaña centenaria: cedros gigantescos, robles mayestáticos y mil variedades de árboles, orgullo de la Flora; bejucos que se prenden, lianas que se columpian, parásitas de diferentes colores y primorosas inflorescencias. Todo, un regalo espiritual. Emprendimos el ascenso a una derivación de la Cordillera Oriental que se interponía entre nosotros y el Suaza; el camino, senda o "trocha" era fatigante y cortaba en parte la antigua vía para la explotación quinera de don Lorenzo Cuéllar; la temperatura fue descendiendo: 18º, 16º y 14º C. en la cumbre. Un rápido descenso y llegamos a las márgenes del Suaza al filo del medio día; después de almorzar el "fiambre" y de reposar seguimos por las estribaciones de la cordillera entre el rudo batallar de las bestias y la expectativa constante. A las 3 de la tarde enviamos las caballerías a un potrero cercano, bajo el cuidado de "el godo". Debíamos continuar a pie: con el gracejo y la risa a flor de labio hicimos hasta el final de la jornada. Caídas, peligrosas deslizadas y chistes por doquier eran las alternativas de la marcha.
Con las cuatro de la tarde llegamos a la finca de José Hilario Figueroa, valiente colono que comienza a cosechar el fruto de su esfuerzo. Recibimos allí la más franca y cordial acogida. Registramos una temperatura de 16º C. y ambiente seco; el baño y un rato de ejercicio de tiro nos ocuparon hasta el caer de la tarde.
Al día siguiente emprendimos la marcha a las 5 a. m. Cuánto habíamos ansiado ese día! Por fin veríamos la renombrada cueva y nos daríamos cuenta por nuestros ojos de las maravillas que sobre ella se han dicho. Después de hora y media de caminar por la montaña virgen llegamos a la que se apellida "Cueva Pequeña". Una gran eminencia rocosa se presenta a la vista; de sus entrañas brota impetuoso el río Suaza; y por una angosta abertura abre la tierra sus entrañas a los ojos ávidos de conocer sus secretos. Se penetra en un estrecho pasillo que se amplía a medida que se adentra en él. Con suficientes luces nos introdujimos por el laberinto; a uno y otro lados se abrían nuevas sendas, extraños pasadizos y columnatas de diverso y extravagante orden arquitectónico. Después de avanzar unos 20 metros conocimos la causa del poderoso ruido que atronaba el espacio: el río Suaza se presentaba ante nosotros a una profundidad de 35 metros en su lecho de rocas eruptivas, retorciéndose cual Prometeo indio. Las espumas de las aguas se levantaban hasta lo alto y las rocas aledañas se decoraban con los más diferentes matices. Allí pudimos observar los primeros nidos de guácharos, de forma circular y confeccionados con arcilla. También apreciamos diferentes fósiles de los cuales sacamos algunas muestras. Después de una hora de paseo salimos a la superficie.
A un hectómetro aproximadamente de la Cueva Pequeña se encuentra en dirección sur, la que llamamos "Cueva de las Estalactitas". De amplia portada simétrica, paredes de tipo volcánico y no mucha profundidad, esta cueva presenta la particularidad de encantar la vista con innumerables estalactitas que semejan catedrales góticas invertidas. Las agujas que la exornan se descomponen por la luz y dan la ilusión de irisadas perlas de singular encanto. También encontramos muestras de Conchitas fósiles y de plantas rudimentarias. A las nueve de la mañana salimos de esta cueva de fantasía oriental.
En dirección a la propiamente llamada Cueva de los Guácharos continuamos la marcha; a las nueve y tres cuartos llegamos a la mansión de Juan Casas, colono boyacense, donde fuimos obsequiados con sus atenciones. Temperatura 18º C. Caminando por pastizales, campos de sembrados y montañas llegamos a la CUEVA DE LOS GUÁCHAROS a las once y cuarto a. m. Frente a nosotros se presentó una inmensa roca hasta de 60 metros de altura; a su lado izquierdo, la "cueva del fiambre" o cueva Sur. Temibles ruidos salían del antro oscuro; gritos ahogados, aguas despeñadas, la emoción de lo sublime y la imaginación enloquecida. Registramos un ambiente térmico de 19º C. y decidimos introducirnos por la "cueva del fiambre" profundo pasadizo en ocasiones estrecho y adornado con bellísimas columnatas laterales y arcos de medio punto por donde seguían nuevas vías. Avanzamos unos 200 metros amparados por suficientes luminarias; tomamos nuevas muestras de fósiles y regresamos al punto de partida recordando la tradición que nos cuenta que esta cueva se prolonga hasta Cerro Punta y Villalobos. Tan pronto salimos nos dimos a la tarea de hacer los honores a nuestro fiambre típicamente huilense.
Y como nos mordiera el ánimo el deseo de penetrar al objetivo principal de nuestra excursión, ingresamos al antro; la portada romana de 12 metros de altura por 20 de ancho permite pasear por un amplio salón con una serie de balcones a lado y lado. Pronto hubimos de utilizar luces y nos encontramos ante el río Suaza que, retorciendo su corriente en titánico impulso, recorre la Cueva en una extensión de 300 metros. Sobre el río y a una altura de 50 metros se presenta maravilloso un plafón circular de unos 20 metros de diámetro decorado con diferentes matices que solo se aprecian con cohetes. Pasamos el río en dirección SE. y salimos a un nuevo salón todo cubierto con guano; de aquí, en dirección S., se ofrece a la vista un nuevo pasadizo del cual salen otros muchos de diferentes tamaños y formas; y por todas partes la atronadora algarabía de los guácharos de elegante vuelo. Por este salón se llega, después de recorrer unos 60 metros, al "pulpito" o prolongación pétrea en forma de tribuna sobre el lecho del río Suaza y que da vista a la magnífica portada sur, punto de entrada del río. Esta portada colosal es de grandiosidad no soñada; primero se ofrece a la admiración un portelón roqueño de proporciones giganteas y luego un arco de unos 10 metros de luz. Allí mueren las palabras!
Del "pulpito" se puede seguir a las tribunas, prolongaciones rocosas de 0.40 mts. de ancho donde se aprecia el curso del Suaza a 30 metros de profundidad y la grandiosa techumbre de diferentes colores. En este momento Betancourt tuvo la grandiosa idea de apagar las luces; la oscuridad más profunda y medrosa llenó la caverna; según el guía, no se veía ni para conversar.
Desanduvimos el camino, repasamos el río y, por medio de una rústica escalera, subimos al segundo piso de la cueva, a la "cueva del Tigre", descrita por Hermann von Walde Waldegg (The National Geographic Magazzine, número 5 del volumen 77, mayo de 1940) en el novelesco artículo sobre su visita al sur del Huila. Lo mismo que la anterior, esta cueva presenta un pasillo prolongado con sucesivas derivaciones hasta dar a un salón de esplendente cielo raso de 80 metros de largo sin ningún apoyo, un verdadero milagro de arquitectura natural. Nuevos fósiles y un registro de la temperatura que nos dio una medida de 12º C. dentro de la caverna. Con el espíritu abrumado ante semejante majestuosidad salimos a la puerta. Eran las dos y media y habíamos recorrido el laberinto durante dos horas completas. Nuestro silencio era la mejor medida de las sensaciones recibidas.
La parte conocida de la "Cueva de los Guácharos" cubre una extensión aproximadamente de seis hectáreas y es, sin lugar a dudas, uno de los lugares turísticos más notables de la república, si no el mayor.
El guácharo, ave que ha dado el nombre a la cueva, es el Steatornis Caripensis, familia de las caprimúlgidas, orden de las macroquias. Es un ave de color pardo castaño y de gran envergadura; se alimenta del fruto de la palma de milpesos que trae de sus vuelos nocturnos a la región del Caquetá. Hasta donde tenemos noticia, el primer científico que habló de este animal fue el sabio alemán barón de Humboldt en la visita que hizo en 1796 a la Cueva de los Guácharos del valle del Caripe, Maturín, en Venezuela, visitada más tarde por el coronel Agustín Codazzi en 1873.
Los fósiles que recolectamos hemos podido identificarlos como Braquiópodos de las especies Spirifer Bouchardi y Rhinchonella Orbiguina, lo que hace pensar que dicha cueva pertenezca a la era paleozoica, terrenos de tipo cámbrico o devónico. La visita de peritos en la materia dará la última palabra sobre el particular.
La anterior descripción hubimos de publicarla en las Páginas Literarias de "El Siglo" de Bogotá en su edición del 13 de octubre de 1945. Hoy la reproducimos como apéndice de nuestro estudio por cuanto revalúa algunos conceptos del antropólogo Walde-Waldegg sin que hayan sido rectificados.
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